martes, 21 de septiembre de 2010

Soledad.



He aquí la historia en primera mano de la cruda realidad del final de los días de muchas personas. Lo que fue “una vida por delante” concluyó en un amargo adiós.
Fue un hombre como otro cualquiera que tuvo la suerte que nadie quiere ver. Se sabe que su profesión y vida se basaba en el puerto y que vivió siempre en una pensión. Cuando los años pasaron y no se pudo valer por sí mismo, ingresó en un geriátrico en el que llevaba una vida normal y una relación estable con todos los residentes. Ninguno recibía visitas a excepción de alguien afortunado al cual acudía a ver su hermana periódicamente, y no se trataba de él. Se suponía que tenía familia, pero no con certeza (jamás aparecieron). Él y sus compañeros fueron trasladados a otro geriátrico en el cual, en cuestión de días, falleció. Sus últimos recuerdos se centraron en su madre, a la cual nombró antes del trágico final. A su entierro tan solo acudieron tres personas: la dueña del centro, la cocinera y una mujer que lo cuidó casi hasta el final. Como ésta, cientos de historias son olvidadas cada año con distinta trama, pero con un compañero común al final: la soledad.

2 comentarios: