domingo, 20 de mayo de 2012

"Creo" implica duda: "creo que sí/no". Si le sumamos a eso la confusión de la adolescencia, no sé el grado de verosimilitud que tendrá la siguiente afirmación: creo en Dios.

Una noche cualquiera, durante uno de mis auto-análisis, recordé que hasta los trece años rezaba cada noche hasta quedarme dormida, que cada vez que me enteraba de alguna muerte rezaba por el difunto, que me emociono en los pasos de Semana Santa, y que cada vez que renegaba de Dios sentía un resquemor en las entrañas, similar al que sientes cuando ejerces de soberbio.

Me defino como "barroca": no estoy depresiva; soy depresiva. Y, como los barrocos, quizás sea ésta la forma de aliviar el peso de mi realidad: la fe es lo que me salva, como una hamaca que me mece sobre el vacío.

Creo en algo extraordinario, registrado con el nombre de Dios, que dejó caer de su mano la mota de polvo a partir de la cual se formó el Universo y que, cuando llegue el momento, cuidará de mi madre hasta que yo llegue.



"The baffled king composing Hallelujah."

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