lunes, 11 de junio de 2012

Es bonito contemplar cómo el odio de la adolescencia se va disolviendo en esa utopía que el homo faber crea para poder sobrevivir.
En diecisiete años se capta a la perfección el juego de la vida y a sus jugadores; he decidido no jugar. No por rebeldía (he comprendido que la anarquía es sinónimo de perdición), no por odio (he experimentado el dolor de la autodestrucción), no por querer ser diferente (he asimilado que todos tenemos los mismos defecomplejos)...
He decidido no jugar porque, igual que a unos no se les da bien el ajedrez, a mí no se me da bien la vida: no se me da bien trabajar, tratar mucho tiempo con la gente, orientarme, controlarme...
Sirvo para lo mío, que es sentir y reflejarlo con imágenes visuales o escritas.
Sirvo para pensar más allá de los deseos y los deberes.
Sirvo para aquello que, para muchos, es un juego.
Para mí vuestra vida también lo es.


(Y sé que pasaré hambre.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario